viernes, 11 de enero de 2008

SLM

Octavo.


Las agujas de un reloj atravezando intentan giros que apunten en mi carne, un día, una noche
que he olvidado. Ahora hay números no escritos al borde de mis ojos y algo así como el maréo se apodera de mis manos. Anoto esto en mi libreta luego de que mi dedo recorriera los títulos de viejos libros ordenados en los estantes de una librria antigua en el centro de la ciudad. La verdad es que este me pareció un buen lugar para intentar comunicarte, pero ni las señales de humo de un cigarrillo encendido ni la antena que me cuelga del pelo con su alcance de larga corta mala onda, ni siquiera las palomas que envío como argollas, hán logrado persibirte lo más minimo. Claro que estás de otras formas, en otros estados en cada cosa que inveto como herramienta detectora de malditas presencias tan deseadas. Por ejemplo en algunos libros que tu ni siquiera has leido pero donde yo te he visto tan claramente que los he tenido que leer más de cinco veces. Miro el reloj, faltan pocos para las siete, están por cerrar la librería. Vuelvo al hotel leyendo en el autobus intentando ocultar el título del libro a los demás pasajeros.

1 comentario:

Clara Maritt dijo...

Tantas maneras de encontrar ¿no?